27 de diciembre de 2011

AbEcEdArIo dE nAvIdAd........



Abecedario de Navidad
 
Agradecer a Dios el habernos regalado a las personas con las que convivimos.
Buscar el bien común por encima de los intereses personales.
Caminar con seguridad por los senderos de Dios ha trazado para nosotros.
Dar lo mejor de sí mismo, y estar siempre al servicio de los otros.
Estimar a los otros sabiendo reconocer sus capacidades.
Facilitar las cosas dando soluciones y no creando más problemas.
Ganar la confianza de los otros compartiendo con ellos sus preocupaciones.
Heredar la capacidad de aquellos que saben ser sinceros con valentía y respeto.
Interceder por los otros a Dios, antes de hablarle de nuestras cosas.
Juzgar a los otros por lo que son, no por lo que tienen ni por lo que aparentan.
Limitar las ansias personales frente a las necesidades del grupo.
Mediar entre los compañeros que no se entienden.
Necesitar de los otros sin ningún prejuicio.
Olvidar el miedo al qué dirán dependiendo de la opinión de los demás.
Preocuparse por los más débiles o más necesitados.
Querer siempre el bien de las personas.
Respetar las opiniones de los demás, los derechos de las personas y de los animales.
Salir al encuentro del otro, no esperando que él dé el primer paso.
Tolerar los defectos propios y ajenos con sentido del humor.
Unirnos todos para vivir en paz y armonía.
Valorarse con realismo sin creerse superior a los demás.
X es una incógnita que invita a la búsqueda constante de la verdad con mayúscula.
Yuxtaponer ilusiones y esperanzas, trabajos y esfuerzos por crear fraternidad.
Zambullirse
sin miedo en el nuevo día que Dios nos regala cada mañana. 
 
               

9 de diciembre de 2011

DiEz PlAgAs mOdErNaS

DIEZ PLAGAS MODERNAS


Al principio sólo era una nubecita sobre el horizonte, nada amenazador. Pero la nube fue creciendo, y pronto cubrió medio cielo. Eran millones de alas transparentes que zumbaban y se precipitaban sobre cien mil hectáreas del país de Yemen, república del estado de Arabia.

¿Qué era esto? Era una repetición de la antigua plaga bíblica de las langostas, una plaga que no deja nada verde. Desde Yemen la plaga se extendió hasta Chad, Níger y Malí, destruyendo todo en su camino.



Tales plagas comenzaron a hacerse célebres desde que, bajo la dirección de Moisés, invadieron el reino de Egipto. Entre ellas la octava fue la plaga de langostas, las cuales arruinaron todo el país en tres días. Fue entonces que la palabra «plaga» se hizo proverbial. Se le atribuye a cualquier cosa que ominosa e implacablemente destruye todo lo que toca.


¿Habrá plagas que actualmente estén devastando vida y alma en todos los países del mundo? Sí, hay por lo menos diez.
La plaga de la violencia llena de sangre las calles, dejando cuerpos humanos destrozados. La plaga del sexo juvenil antes de tiempo deja un reguero de adolescentes embarazadas. La plaga del adulterio destruye todos los valores humanos.

A la plaga del adulterio la acompaña la plaga del divorcio, que deja deshechos los hogares. La plaga del alcohol ahoga en su líquido engañador al que lo toma. La plaga de las drogas destruye cuerpo y alma, y antecede a la plaga del suicidio juvenil, que apaga tesoros recién llegados a esta vida cuando más se esperaba de ellos. Y la plaga del SIDA mata irremisiblemente y sin recurso.



La plaga de las sectas insólitas y extrañas fanatiza a sus adeptos y les lava el cerebro. Y la plaga de la incredulidad ahoga todo orden moral y espiritual dentro del ser humano y de la sociedad.

Michael Callen, notorio líder homosexual, dijo antes de morir: «Nosotros los homosexuales vivimos revolcándonos en una cloaca infectada microbiológicamente, siempre en aumento.» ¡Terribles palabras éstas que describen el mundo actual!


Jesucristo es la única esperanza para la humanidad. Sólo Él puede traer limpieza, justicia, paz, amor y orden a una sociedad plagada de toda clase de males. Sólo Cristo salva, pero no sólo a uno que otro sino a todo el que se acerca a Él.




1 de diciembre de 2011

«ATRAPADA EN UN CUERPO MUERTO»



Charles Griffith de Miami, Florida, necesitó bastante tiempo para tomar su decisión. Pero la tomó. Fue una decisión bien pensada, bien estudiada y bien razonada. Cuando la tomó, su voluntad ya estaba comprometida. Nada ni nadie le impediría hacer lo que había decidido.
 
 
Así que Charles Griffith tomó una pistola, se acercó a la camita donde dormía su hijita de tres años, y le disparó dos tiros. La niña llevaba nueve meses en irreversible estado de coma debido a un accidente automovilístico que había sufrido.
 
 
 
El padre explicó en tono melancólico: «Mi hijita estaba atrapada en un cuerpo muerto, y yo la liberé.»
En cierto sentido, un sentido sin duda trágico, aquel hombre tenía razón.
 
Su hijita, esa hijita adorable que había sido su encanto y mayor felicidad durante tres años, había estado atrapada en un cuerpo muerto. Un fatal accidente de tránsito le había dañado totalmente el cerebro el 23 de octubre de 1984. El estado comatoso de la niña era irreversible. Jamás saldría de ese estado de semimuerte en que se encontraba. Su alma, esa alma de niña vivaz y alegre que había sido, había quedado encarcelada en un cuerpo físico irremediablemente estropeado. Morir era una liberación.
 
 
En el sentido de liberar el alma de su hijita para que se fuera al cielo, la tremenda decísión de Charles Griffith estaba bien pensada. ¿Para qué seguir reteniéndola sin razón alguna en un cuerpo inservible? Liberarla era lo mejor.
 
 
 
Sin embargo, el acto de la muerte, la decisión de separar definitivamente el alma de su cuerpo, es una decisión que le compete a Dios y no a los hombres. Por mucho que nos duela, nos confunda y nos deje perplejos, la muerte de un ser humano sólo debe determinarla Dios.
 
 
Bien lo dijo el poeta español Gabriel y Galán al expresar «que todos estamos sujetos de la vida a la cadena, y nadie romperla debe, que a Dios le toca romperla». En la actualidad el aborto y la eutanasia se levantan como dos formidables problemas morales. ¿Cómo resolverlos?
 
 
En esto, como en todos los demás problemas del alma y del espíritu, de la voluntad y de la conciencia, debemos volvernos a Dios y buscar la respuesta en su Hijo Jesucristo y en su Palabra. La vida ha llegado a ser muy compleja: ése es nuestro dilema. Pero la solución sigue siendo tan sencilla como siempre: está en Cristo, que tomó la decisión de salvarnos al morir en nuestro lugar y así liberarnos de la esclavitud y la muerte del pecado.